Museos. Aprender y disfrutar.

Aspecto de la exposición Presente de una sociedad distópica, de Belsay Maza. 
Centro Cultural Antiguo Colegio Jesuita, Pátzcuaro. Agosto 2013 

La necesidad de amalgamar la teoría con la práctica indica una maduración del campo de la educación en los museos, que durante los años ochenta fue criticado por la ausencia de bases teóricas respecto a la educación. En la actualidad, educadores de museos de arte tienen acceso a diversas teorías sobre el aprendizaje así como también estrategias emergentes de enseñanza. 
Previo al desarrollo de conocimientos sobre cómo la gente aprende, educadores en museos enfocaron su atención en qué y cómo debían enseñar. La materia de trabajo pareció obvia en ese momento: la colección. Por tanto, las bases de enseñanza consistieron en prestación de programas educativos que elucidaban e ilustraban las obras de arte en los acervos del museo; en otras palabras, la información histórica del arte determinó los contenidos y las estrategias de atención a los públicos. 
Sin embargo, durante las décadas del 70 y 80 fueron integrándose paulatinamente elementos de teoría de la comunicación y psicología educativa con la finalidad de crear técnicas de enseñanza más efectivas e interactivas. Se desarrollaron métodos interrogativos para estimular habilidades de pensamiento de acuerdo a las inteligencias múltiples de los visitantes al museo (atendiendo a los estudios de Howard Gardner en 1983), abordando no sólo las colecciones, sino también vías para producir experiencias significativas de los públicos a nivel individual. La distancia se hizo patente: mientras los educadores en museos enfocaban sus esfuerzos en la práctica del “qué y cómo” enseñar, investigadores procuraron identificar cómo las personas aprenden en los museos. 
Hay muchos propósitos que motivan la visita de un museo, pero el entretenimiento y el goce son motivos primarios. Existen estudios de públicos que indican que los visitantes esperan que la experiencia del museo sea memorable, pero también desean que sea disfrutable; y en ello se encuentra involucrado el aprendizaje significativo producido por la introspección individual, el descubrimiento de sí mismo, la historia, la vida y el arte. 
Es evidente que los museos cumplen una función social de recreación. La gente asiste en grupos o en familia para disfrutar de un estatus de clase o para obtener un escape contemplativo. Sin embargo, gran parte de los visitantes novicios suscriben lo que podría caracterizarse como una posición “esteticista” del arte: aún es patente el trasfondo romántico que establece que las artes se vinculan más con las emociones que con el intelecto, y por tanto los visitantes asumen que éstas constituyen un lenguaje universal accesible a todos. Actitud que sufre un quebranto cuando durante la asistencia a un museo no se comprenden las obras que se observan, lo cual sucede frecuentemente en las exposiciones de arte contemporáneo que no se acompañan con textos y cédulas informativas, a diferencia de las exposiciones revisionistas, antropológicas o históricas. 
Ante la interrogante “¿son necesarios los educadores en museos?”, Kenneth Hudson responde con una frase contundente: “Alguien que puede hacer feliz a un niño en un museo es por mucho un miembro útil en sociedad”. Y sostiene que hay una gran verdad en la idea de que “las escuelas serían innecesarias si los niños contaran con un ambiente estable en un buen hogar con padres instruidos, lo cual no siempre es el caso. La mayoría de los niños y los adultos requieren toda la ayuda que puedan tener si buscan poner pie en la escalera que lleva a la superación”. 
Quienes sostienen que los museos son instituciones arcaicas que “matan el arte” o al menos lo congelan, aún no han reparado en las virtualidades que ofrece para la cohesión social y la generación de una cultura contemporánea. 

Publicado en la sección Artes&Vida 
Diario Pronvincia 
2 de septiembre 2013

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